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Las bombas siguen cayendo

Hace meses, el mes pasado,  la semana pasada, ayer, hoy leí en los diarios de un nuevo ataque con misiles ruso destruyendo edificios, de una nueva incursión israelí en Gaza o Palestina, de los muertos que siguen sumando, de derechos humanos que regímenes siguen ignorando, de los cargamentos de armas en camino hacia el medio oriente, de los acusados de genocidio que nadie captura, de esos lideres autoritarios que existe por el odio a otros.  Y uno siente que no puede enfrentar tanta injusticia, tanta propaganda para distraer personas, tanta destrucción de hospitales y bibliotecas, de escuelas y universidades, tanta muerte de civiles, ancianos, niños.

 

Como si no hubiéramos aprendido de las guerras del siglo pasado, de esos dictadores mesiánicos y fascistas, de los falsos profetas de la economía que hambreaban pueblos. Hoy muestra el autoritarismo con ganas de destruir democracias, aplastar ideas, demoler memorias. Por eso ahora es tiempo de hacer lo que nosotros mejor sabemos hacer: juntarnos y ayudarnos el uno al otro, criticar las políticas de despojo, explicar las injusticias, contar historias, escribir poesías. Hay que recordarles que tenemos voz y que no nos van a callar.

 

Por eso quería compartir con ustedes una poesía de Gabriel Celaya un gran poeta español, que la escribió durante ese periodo oscuro de la guerra civil Española.


Es tiempo, es tiempo de recuperar la memoria de todos los que denunciaron al autoritarismo criminal, de alzar nuestras voces.

 

 

La Poesia es un arma cargada de futuro

 

Gabriel Celaya (1911-1991)

 

Cuando ya nada se espera personalmente exaltante,

más se palpita y se sigue más acá de la conciencia,

fieramente existiendo, ciegamente afirmando,

como un pulso que golpea las tinieblas,

 

cuando se miran de frente

los vertiginosos ojos claros de la muerte,

se dicen las verdades:

las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.

 

Se dicen los poemas

que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados,

piden ser, piden ritmo,

piden ley para aquello que sienten excesivo.

 

Con la velocidad del instinto,

con el rayo del prodigio,

como mágica evidencia, lo real se nos convierte

en lo idéntico a sí mismo.

 

Poesía para el pobre, poesía necesaria

como el pan de cada día,

como el aire que exigimos trece veces por minuto,

para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.

 

Porque vivimos a golpes, porque a penas si nos dejan

decir que somos quien somos,

nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.

Estamos tocando el fondo.

 

Maldigo la poesía concebida como un lujo

cultural por los neutrales

que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.

Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.

Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren

y canto respirando.

Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas

personales, me ensancho.

  

Quisiera daros vida, provocar nuevos actos,

y calculo por eso con técnica, qué puedo.

Me siento un ingeniero del verso y un obrero

que trabaja con otros a España en sus aceros.

 

Tal es mi poesía: poesía-herramienta

a la vez que latido de lo unánime y ciego.

Tal es, arma cargada de futuro expansivo

con que te apunto al pecho.

 

No es una poesía gota a gota pensada.

No es un bello producto. No es un fruto perfecto.

Es algo como el aire que todos respiramos

y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.

 

Son palabras que todos repetimos sintiendo

como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.

Son lo más necesario: lo que no tiene nombre.

Son gritos en el cielo, y en la tierra, son actos.

 

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